Por Patricia Martínez Llenas
Se impone una reflexión acerca de las evaluaciones mal llevadas, en el contexto de las falsas denuncias por abuso sexual infantil que terminan en un sin sentido. Ante esto hay que preguntarse lo siguiente:
Ø ¿En qué momento de la historia familiar emerge la demanda de evaluación?
En momentos de gran conflicto familiar debido a procesos de divorcio altamente conflictivos con una presencia considerable de guerra parental, por lo que los niños son involucrados personalmente en el conflicto de los padres, a expensas de la manipulación del progenitor querellante que formula la denuncia.
Incapaces de manejar la situación de manera que puedan preservar una relación afectuosa con ambos, los niños se ponen del lado de uno de los progenitores y en contra del otro, -“conflicto de lealtades-, y participan en la batalla como aliado del progenitor/a alienador/a que se define como "el bueno" frente al otro padre, que se contempla como "el malo". Así las falsas acusaciones de abuso en casos de divorcio/custodia contenciosa se han convertido en una poderosa arma litigiosa.
Ø ¿Qué se está apostando en estas evaluaciones, tanto respecto de los hijos, como de los otros integrantes de la familia, es decir, los padres?
Estas evaluaciones a repetición, sean estudios psicodiagnósticos clínicos, practicados por profesionales psiquiatras y psicólogos que han sido contratados por el progenitor alienador/querellante, sean pericias que ordena la justicia a petición de las partes –la parte querellante la pide para confirmar la denuncia realizada; la parte querellada la pide cuando ya no encuentra otro medio legal que le proteja de tanta incriminación de culpabilidad-
Lo que espera el progenitor alienador es la exclusión o “parentectomía” del progenitor alienado/culpabilizado a ultranza, y así tener el manejo absoluto de los menores, siendo este control una campaña de desprestigio impiadoso respecto del otro progenitor.
Ø ¿Dentro de qué contexto familiar surge la idea de solicitar la evaluación psicológica?
De acuerdo al ítem anterior, encontramos un contexto familiar desequilibrado y altamente disfuncional en cuanto a los roles de sus integrantes. El progenitor anteriormente amado, ahora es atacado por el otro mediante luchas de lealtades que involucran no sólo a los hijos, sino a los profesionales contratados de los cuales esperan respuestas “a la medida” de sus pretensiones acusatorias, que avanzan a través de interminables actuaciones procesales. Las demandas a profesionales “psi” se constituyen en un arsenal de datos y conclusiones diagnósticas muchas veces disparatadas y contradictorias entre sí. Los abogados y jueces intervinientes quedan perplejos e impotentes a la hora de tomar decisiones que tiendan a proteger a los menores.
Ø ¿Este tipo de evaluación, cuando es llevada a cabo innumerables veces, es de utilidad y ayuda al niño, o está al servicio de otros intereses?
A esta pregunta, le cabe la respuesta de que llevada así la evaluación psicológica, ésta deviene en un sin sentido, por lo que se transforma en una situación “perversa”. “Perversa” ya que dentro de estas situaciones, el niño, su palabra, su sufrimiento y los medios para ayudarlo pasan a un segundo plano. Esto sucede en situaciones que recogen cuatro tipo de evaluaciones:
Ø Las evaluaciones a repetición.
Ø El uso abusivo de tests proyectivos.
Ø Cuando las medidas de ayuda no toman en cuenta el sufrimiento del niño evocado en la evaluación
Ø La ausencia de una búsqueda de coherencia.
Con respecto a las evaluaciones a repetición, es la repetición la que despoja al niño de su vivencia, por lo que en las excesivas evaluaciones, el niño prolifera en relatos que se vacían de contenido, no otorgando ya ningún sentido a su palabra. Así, los alegatos de maltrato físico y de abuso sexual irán apareciendo, a medida que las distintas evaluaciones sean más numerosas, y la presión ejercida por el progenitor alienador (tanto en el psiquismo del niño, como en el psiquismo de los evaluadores), vayan vaciando el contenido psíquico del niño y cambiándolo por otro (tal como sucede a partir del “lavado de cerebro”).
La sobrecarga de evaluaciones diagnósticas es un ABUSO al niño, entendiéndolo como un sistema de intervención que despoja al niño de sus propias vivencias.
Asimismo, la repetición de las evaluaciones provoca o agrava la sintomatología del niño, sobre todo cuando el progenitor alienador contacta a diferentes profesionales con el propósito de arribar al diagnóstico de abuso sexual infantil de tipo incestuoso padre-hijo.
Los diagnósticos sucesivos muestran al niño cada vez más alienado respecto del progenitor alienador.
Cuando las evaluaciones repetidas relevan de diferentes cuadros de intervenciones, es importante prestar atención al efecto de fragmentación que puede provocar en el niño, quién ya se encuentra previamente fragilizado.
El uso abusivo de los tests proyectivos son iatrogénicos cuando son utilizados como “detectores” de situaciones vividas por el niño, que luego darán lugar a la toma de decisiones respecto de la vida del niño. Ejemplo de esto se ve en las decisiones judiciales de régimen de visitas, de medidas cautelares, de rupturas vinculares paterno-filial. Aquí también se observa que las medidas tomadas a raíz de una evaluación, no toman en cuenta el sufrimiento del niño.
Respecto de la ausencia de una búsqueda de coherencia en el sistema de intervención, tiene que ver con el peligro de dejar al niño separado de la figura paterna, y al padre impedido de todo contacto con el niño, fijando estos roles en una inmovilidad tal que eche por tierra toda posibilidad posterior de revinculación.
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